Por Mariela Fernández - Coreuta.-

Por primera vez en la historia asistimos a una pandemia de carácter global, originada en un extraño virus con altos niveles de contagio que ha determinado el aislamiento y la confinación de la mayoría de la población. En un contexto mundial de interconexión donde todo circula –bienes, personas, enfermedades- la propagación de la enfermedad promovió una cuarentena nunca vista; con millones de personas aisladas; con cierre de fronteras; estrictos controles y distanciamientos para salvaguardar la salud. Esto nos hace pensar en aquellas enfermedades consideradas “misteriosas” que infundían temor y pertenecían al pasado, con significados que hoy cobran sentido en relación a nuestra vulnerabilidad individual y social.

A nivel personal, lo vivo con incertidumbre como la mayoría; con conciencia del riesgo; con una percepción nueva y distinta del tiempo y atravesando una experiencia desconocida respecto a lo exterior; a los que nos une y nos separa; a lo que supone despegar lo efímero de lo esencial. En lo colectivo me preocupan las desigualdades; los efectos en las condiciones de vida de tantos sectores que sufren mucho más en situaciones de crisis; la estigmatización de los enfermos o posibles transmisores; las limitaciones del sistema de salud para enfrentar la difusión de la enfermedad.

En cuanto a las medidas decretadas por las autoridades sanitarias y a los cambios que suponen nuevas recomendaciones científicas, en general la sociedad responde en forma positiva; aunque la necesidad de intensificar prohibiciones y controles por parte de las fuerzas de seguridad muestra las resistencias y rechazos de ciertos sectores.

Esto remite a casos de pestes y epidemias de épocas remotas, donde también muchas acciones generaron rechazos y no siempre fueron acatadas; entonces asociadas al estado incipiente del desarrollo de la medicina.

Hoy la población se mueve entre la resistencia, asociada a no entender o aceptar imposiciones que condicionan sus vidas (el aislamiento, no poder salir ni circular libremente); y la aceptación, vinculada al consenso acerca del valor de la salud; a la protección de los poderes públicos; a las respuestas de la comunidad científica; y, por supuesto, al temor al contagio.

Con la enorme dificultad de pensar a futuro en una realidad tan crítica y cambiante día a día; y porque no puede soslayarse el impacto de la pandemia en las actividades económicas, en las relaciones sociales y en el funcionamiento de las instituciones, entre tantos aspectos; me inclino por el deseo o expectativa de que esta experiencia inédita y dolorosa pueda dar lugar a un proceso transformador. Que permita recuperar y afianzar el rol del Estado; nuevas y mejores políticas que fortalezcan el sistema de salud pública y el desarrollo científico; y decisiones que cuestionen estructuras vigentes para, en definitiva, acercarnos a una sociedad más justa.